La ardua batalla del taxi, artículo de Joan Barril en El Periódico

JOAN BARRIL. PERIODISTA.- Ser un usuario no significa ser un curioso. Se usan las herramientas como si nada, pero ello no implica que sepamos de dónde vienen y quién las inventó. Ahí está, por ejemplo, la interjección salvaje por la que los transeúntes con prisa levantan el brazo y gritan «¡Taxi!» ¿De dónde viene esa palabra? Algunos historiadores hablan de la abreviatura de la palabra taxímetro, que sería una mezcla del griego taxos -orden, clase- y del concepto de longitud metro. Pero la casualidad nos lleva a otra fuente, la de la familia italiana Della Torre y Tasso, quienes se establecieron en Alemania en el siglo XV y germanizaron sus apellidos como Thurm y von Taxi. Los Taxi se especializaron en ofrecer a las coronas europeas el transporte garantizado de mercancías de un punto a otro de Europa. Así fue como Franz von Taxi se convirtió en el primer propietario taxista de la historia y sus contratos establecían, por ejemplo, que un envío debía llegar de Granada a Bruselas en 15 días durante el verano o en 18 si se hacía en invierno. Con la aparición de los vehículos a motor aparecieron los taxímetros y se confió a una máquina la relación entre distancia y dinero.

Las indicaciones del GPS

3 Vale la pena pensar en los albores del taxi cuando nos encontramos ante la necesidad de montar en uno. Dicen que ahora, con la crisis, los taxis van más libres que nunca. Pero no es menos cierto que con la crisis también, sobre todo en horario nocturno, los taxistas han visto cómo su profesión se llenaba de advenedizos que no saben hacia dónde van y que dejan su conocimiento de la ciudad a las abstrusas indicaciones de una voz femenina que sale del GPS.
El sábado por la noche me encontraba en Madrid. En la Gran Vía paré un taxi y le indiqué la dirección de un hotel en la calle de José Abascal. Se trata de una calle anchísima y céntrica. La voz del GPS nos iba enviando hacia el extrarradio y advertí al conductor de que mi brújula interior me indicaba otro camino. Hay taxistas que no soportan que el pasajero les diga por dónde han de ir. Incapaz de encontrar la calle del bueno de José Abascal, me bajé del vehículo y fue una manera más cansada de caminar por la ciudad nocturna. Al día siguiente el recepcionista no daba crédito a lo que oía: «¿Un taxista que desconoce esta calle? Eso es imposible. Fíjese usted que aquí la llamamos calle de José Atascal, de tantos atascos que se producen durante el día».
De regreso a Barcelona, tras la batalla por el taxi que se origina en las llegadas del AVE, nos montamos dos personas en un vehículo. Se le advierte que el primero bajará en la calle de Laforja esquina Aribau y que el segundo continuará. Una vez más el GPS indica una ruta simplona y mecánica para llegar a Aribau-Laforja. Pero, una vez allí, el taxista dominical aprieta por inercia el taxímetro. El hombre, desconocedor de la ciudad, ignora que el segundo pasajero va a ir mucho más lejos y que eso le podría reportar una suculenta carrera. Pero no atiende a razones. Él no puede ignorar que entre las órdenes del taxímetro y su sentido común más le valdría hacer caso de este último. En plena discusión el taxista aduce que no le hemos dicho nada de los dos trayectos. Llegados a ese punto mi compañero decide bajar del coche y detener a otro. Puestos a pagar que no sea a alguien que nos llama mentirosos.
No se de qué manera hubiera solucionado Franz von Taxi este tipo de conflictos. Existen taxistas magníficos a los que llegas a adoptar. Recuerdo a mi amigo Jordi, que durante años cada día montaba guardia ante mi puerta para llevarme al trabajo. Hoy los Jordis son minoría y sus sustitutos nos llenan de confusión. Nos confunden con sus itinerarios atípicos. Nos confunden con la diferencia de precio de una maleta cuando nos vamos y de la misma maleta cuando regresamos. Nos confunden cuando se protegen del cliente con el abuso de las máquinas. Y nos alarman cuando pensamos que para muchos extranjeros esos son los embajadores de la ciudad. Algunos son explotadores del camino. Otros, afortunadamente, son dignos herederos de Franz von Taxi.

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